20/6/09

TP Nº 7 LA ESCRITURA Y EL DETALLE

Escritura de microrrelatos a partir de alguna de estas tres anecdotas.


“Una mujer a punto de ser desvestida por un hombre que no conoce y desea. Se concentra en no olvidar la prenda que acaba de caer al suelo….”

Manuela había llegado a un momento crucial de su vida en el cual comenzó a meditar cual era su lugar en el mundo. Miraba a su alrededor y la mayoría de sus ex compañeras del colegio estaban casadas y con hijos. Sus amigas de la adolescencia se habían recibido o estaban finalizando sus carreras universitarias. Ella también había intentado hacer algo con su vida, pero no se sentía completa, le faltaba algo. El día que Manuela conoció en la parada del colectivo a Juan no se imagino que una hora después iba a conocer por primera vez un albergue transitorio, en lo que también seria su debut sexual. Sin embargo, lo que mas recuerda Manuela es el momento que Juan la comienza a desvestir, y ella mirando la ropa en el suelo piensa que no se va a poner nunca mas el habito.
Martin Bustamante

La prenda: Camisa, seda, suave, italiana, regalada, por mamá, que había viajado a Italia en el año 1980.
La había comprado en una especie de “Feria Americana”, la empleada dijo que había pertenecido a no sé que condesa italiana ¡Era una camisa con currículum! No quería que estuviera acariciando el piso. Piso frío, oscuro, que opaca el color pastel de la prenda, piso en baldosas vulgares de un departamento decorado con muy mal gusto, en el barrio de Constitución. Me pregunto:-¿Sabrá algo este hombre de lo que es el Feng Shui?
La camisa pide a gritos:- ¡Sácame de aquí, huyamos! Este lugar no se halla a nuestra altura.
Hago caso a lo que siente la fina tela, la tomo y huyo junto a ella…
Guillermina Sofía Limonta

Sin palabras
No hubo palabras, solo una mirada vasto para que el deseo irrefrenable me invada, el olor y aroma a hombre deshizo mi pobre resistencia, ahora el calor de sus dedos, que desprenden la camisa que mi novio me regalo, me llega hasta el vientre con solo rozar mi piel y eriza cada uno de mis bellos, la camisa, símbolo de mi ultima resistencia, cae como caigo en estas manos desconocidas, yo que jure pertenecer a uno, solo a uno, ahora soy otra en estas manos, él pisa la camisa con sus pies desnudos mientras me arropa desnuda entre besos, entre garras que ansío desesperadamente, la camisa esta ahí, inmóvil, mirando…mirando la desesperación por el placer prohibido y ya no soy yo, soy la saliva mezclada en un beso profundo, soy el choque de su cuerpo con el mío, la camisa desaparece, todo desaparece, soy grito y placer…
Caemos riendo, rendidos al piso, miro sus ojos y me quedo con ellos, ya no miro la camisa…no hubo palabras, jamás las habrá…
Raul Sosa

Chaleco Rojo
Marina era azafata. Ese mediodía vio que se acercaban al puesto de control los pasos ágiles del joven deportista. Lo reconoció, últimamente lo habían reporteado varias veces.
Ojos brillosos, voz tenue en el saludo:- “Hola Alejandro, ¿qué tal?”. Un complacido “hola linda”, y olor a madera en la sonrisa. Con paso demorado fue a retirar su bolso. Marina siguió encendida el olor a madera.
Fueron a un lujoso motel de Canning. Los espejos duplicaban las manos de Sebastián: con energía bajan el cierre de la mini - los muslos de Marina brillan-, la remera - sus brazos se erizan-, desabrochan el soutier de encaje -los pezones son agujas. “Guachita, qué mojada que estás”.
La cabeza de Marina se vuelca y ve por el espejo en un rincón su chaleco rojo. El jefe de Aeronavegación se lo había regalado en su último cumpleaños. A la noche lo encontraría en un pub de las Cañitas; estaba ansiosa por esa cita. “No debo olvidarlo. No es conveniente que justo hoy no me lo vea puesto. No debo perder esta oportunidad. Tengo que conseguir que me saquen de la ruta al Quimoa y me den como destino Bruselas-Luxemburgo-Ámsterdam. Ya tengo clientes para traerles de los porno-shops mercadería interesante. Y puedo hacer otros negocios. Sí tengo que estar atenta para que no se pierda entre sábanas u toallas. Además, tengo muy poco tiempo”.
-Ay potrazo, me tengo que ir.
Alicia N. Lorenzo

Pegados a esa biblioteca oscura llena de libros, están ellos.
Ella, que estuvo sentada junto a su marido durante toda la fiesta, sólo se levantó para ir al lujoso baño de la mansión.
Él, que estuvo en la mesa contigua, no dejó de mirarla.
Ella, que estuvo sentada junto a su marido durante toda la fiesta, sólo desvió la mirada cuando ya sentía el fuego de los ojos de él.
Él, que estuvo en la mesa contigua, le sonrió plenamente con una sonrisa de galán de los años ´40.
Ella, pidió permiso y se levantó. Le sonrió.
Él, fue ávido cazador. Reemplazó su quietud por un movimiento enérgico y rápido.
Apuró los pasos. Ella también.
Entraron en la primera puerta. Los libros estaban allí.
La tomó por la cintura y soltó el lazo de ese hermoso vestido violeta que su marido le había elegido especialmente para la ocasión. Cayó al suelo.
Él, comenzó a desvestirla rápidamente como si conociera su cuerpo o la profesión.
Se besaron. Fueron besos de antaño. Nunca se habían visto pero se reconocían. En el infierno arderían por igual.
Ella, cerró los ojos. En sus párpados sólo el color violeta. Sólo pensaba en que ése mismo lazo era el arma para matar a su marido. No sintió nada más.
Lucía Ballivián Belloni


"Una nena desnuda al lado de un viejo baboso concentra su temor en la posibilidad de que un movimiento de sus pies haga caer al suelo un ciervito de cristal azul"

Ciervito
Hay un ciervito azul de cristal sobre la repisa del baño, junto a los cepillos. El ciervito es de nueve puntas y tiene cuatro patas y parece sacado de un pesebre navideño. Ella lo mira con ojitos asombrados y esas pupilas contrastan con la mansa quietud del ciervito.
Hay un ciervito azul de cristal sobre la repisa del baño, entre los cepillos y el tarrito de vaselina. El ciervito parece no entender lo que está por suceder, o al menos su rígida mansedumbre así lo demuestra. Él toma el tarrito sin prestarle atención, y su mano enorme y tosca hace tambalear el pacífico cuadro sin vida.
Hay un ciervito azul de cristal sobre la repisa del baño. Ahora el ciervito está caído y su cabeza se dirige hacia la pared. No mira hacia ningún lado pero sigue pareciendo manso. Al menos, así lo demuestran los aullidos y jadeos que escucha y que coronan el espectáculo sin vida. Ella tiene frío y sangra por vez primera, y de forma muy temprana. En cambio, los jadeos tienen más años de experiencia. El ciervito tiene cuatro patas. Ella lo sabe. El ciervito es de nueve puntas. Ella también lo sabe. Ya sabe contar.
Rodolfo Mendizábal


"Un personaje es fusilado en plena noche, pero la narracion no se concentra en la mirada del que va a morir en el cañon del fusil, la traicion o el miedo, sino en los árboles”.

El baile de la naturaleza
Una tarde de verano con el cielo anaranjado, ellos bailan enamorados. Él la hace dar vueltas y girar sin parar. Ella se siente dominada, seducida, no puede hace otra cosa que seguirlo, esta bajo su poder.
Él es el viento, ella una hoja seca cayendo de lo más alto de un árbol.
De pronto, se escucha un tiro que además de atravesar el pecho de un hombre, atraviesa el corazón de la hoja, es así que la brisa de la tarde se detiene por completo.
Julieta Merlo

El fusilamiento del poeta
El silencio de la luna llena inunda los campos, los árboles y a las personas que desfilan en la noche ultima, las hojas que el viento del día hicieron bailar en danza loca, están ahora inertes , solo se escucha el ruido de los pasos y bajos murmullos de hombres que temen despertar alguna maldición tirada al azar entre llantos… una rama se desprende de su tronco, el porque se desprende ¿Quién sabe?... Rama rebelde quizás, rama que no puede estarse quieta… en el chocar con otras ramas y en el soltar hojas al aire, el ruido que provoca, como un quejido, distrae a los presentes y por un segundo aquel que inhala su ultimo aliento ve lo que a luz de la luna le regala y entiende su destino… la rama cae pero las hojas que caen lentas detienen el tiempo en su baile y producen una música que solo él escucha…la luz de los fogonazos es mas fuerte que el de la luna, pero su mirada ya se perdió en la ultima hoja que danzando suave toco el suelo y no se movió mas.
El silencio de la luna vuelve a inundar los campos, los árboles y a él que yace con la mirada muerta hacia las estrellas.
Raul Sosa

Los troncos, los aliados
La Revolución estaba en pleno auge, el bosque era el punto fijado para la condena final.
Paraísos, plátanos, tilos eran testigos, día a día de tanta pólvora, y tanta soga enredada en los troncos para colgar a los rebeldes.
En la oscuridad húmeda del otoño, unos faros dibujan un cono en la conífera.
Se vuelven a escuchar los estertores de los condenados, pero esta vez no es igual; a punto de echar la bala, un feroz viento sacude el árbol, y su fruto, cae sobre el brazo ejecutor que desvía su intención…¡Cosa de Mandinga!
Los pinos abrieron sus troncos y tragaron al prisionero que al amanecer partió lejos del bosque cómplice.
Guillermina Sofía Limonta

Un condenado a muerte mira los palmares
El General ordenó que esa noche se fusilara a Eusebio Cardozo, porque se había resistido a retirarse cuando el General le dejó el triunfo a los porteños.
El pelotón ya está preparado sobre las lomadas, cerca del arroyo El Palmar
Desde allí se divisan las palmeras yatay. Altas, hasta 12 metros miden. Ahora parecen almas negras en pena; pero en las tardecitas el sol les estalla y el cielo es un manto claro muy muy celeste. Las hojas tienen plumitas verdes, medio azuladas. Cada flor son muchas florcitas amarillas, como 100, viera Vd.. Al fruto no lo comen los cristianos, no, lo come el guacamayo azul, lorazo de hasta un metro de largo.
Las palmeras son una y otra y otra. Hasta que la selva las traga.
Todo ésto vi yo, sí señor, desde niño. Y anduve por los arroyos, y vi la flecha de agua, y la lechucita pampa, y tantos animalitos de Dios.
¡Qué noche oscura!
Los caranchos rondan.
Los fusiles se descargan.
Alicia N. Lorenzo

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